Manhattan Follies


Tras casi dos meses de un abandono entre voluntario e involuntario, me parece que ya es hora de darle un poco de actividad a mi rincón. Supongo que el verano, las vacaciones, los viajes y la alegría estival han provocado ésta ausencia. A mi me pasa, que cuando estoy deprimida suelo escribir más, así que mirándolo por ese lado, debe ser positivo que no escriba, porque eso querrá decir que estoy medianamente feliz, o por lo menos con ganas de hacer cosas. Aunque a veces es sólo por falta de tiempo, de cosas que contar o por pereza. Pero bueno, ahora que tengo historias en la cabeza espero no decepcionar a la afición y aparecer más a menudo. (Esto ya lo había dicho antes, y mira cuándo he aparecido…).

Explicaciones aparte, empiezo dedicando mi primer desvarío a la gran manzana, Manhattan. La isla te enamora, no solo por los hombres guapos que le dan el nombre, sino por sus contrastes: rascacielos y rascasuelos, tierra y asfalto, ruido, más ruido, y también silencio de vez en cuándo…Y qué decir de la cantidad de gente de todo tipo que aparece a la vuelta de la esquina… Es como si fuese la punta de un iceberg neoyorkino, y bajo la típica panorámica plana llena de rascacielos (de la que como todo el mundo, tendré un montón de fotos hechas buscando una perfecta que nunca llega) hay nueve novenos ocultos de locos y locuras inesperadas.

Locos como los yuppies con zapatillas comiendo kebabs mirando la bandera americana que preside el agujero de la zona cero o como los chinos con catálogo que te dicen al oído: guatles guatles, ó janbals, janbals (podrían haber pasado perfectamente por chinos de Pamplona) para llevarte a un piso lleno de muchos más chinos cosiendo bolsos. O también como ese que llamó a su hija iloveni porque la proliferación de camisetas y demás titos y recuerdos con el típico dibujito negro con un corazón rojo.Locuras sanas como la maratón de gente corriendo el domingo en Central Park, y otras menos sanas como reconocer a gente muy sola en la capital del mundo, o escuchar las sirenas de la policía y los bomberos cada vez que cambian de turno, que parece que van detrás de todos los fugados de Prison Break. Locos y locuras aparentemente incompatibles, como el rodaje de una película en pleno Times Square, mientras un famoso cowboy desnudo intenta ganarse el pan haciéndose fotos con los turistas, y un andamio caído dos calles más arriba bloquea el tráfico. Y otros que conviven sin problema en sus territorios, marcados por zapatillas en los balcones, o por palitos judíos en sus puertas, recordando al visitante que a pesar de su dinero y su sabiduría, siguen viviendo unos cuantos siglos atrás. Y cómo no, también queda espacio para la locura climática, pasando de un calor asfixiante a una cortina de agua que desaparece en una hora, tras haber dejado un rayo a menos de tres metros de mí que hace que todas las sillas del trabajo me den calambre cada vez que las toco…Aquí hay espacio para todo, aunque no se vea desde fuera.

Aún sufro las consecuencias de un jet-lag prolongado, porque sigo sin entender como no soy capaz de dormir en un avión con la aparente comodidad de disponer de asiento, almohada y manta, y después me quedo frita en el suelo del aparcamiento de la T-4, sobre el periódico del domingo y abrazada a mi mochila, o en uno de los comodísimos asientos de la Terminal…

Pero me he vuelto con ganas de volver, y con la sensación de haber estado como en un sueño, como en un mundo aparte, como una loca más viviendo una locura de esas que enganchan. Quien sabe si la próxima película que me monte tenga su escenario en la punta del iceberg…


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